Edén. “El día que fui madre”

       

         

           Cuando fui avanzando más en mi nueva vida de la sanación y de la enseñanza, más eran las  ganas que crecían dentro de mí de ser madre. Se puede ser madre de muchas maneras, yo lo fui a la mía. Deseaba crear, formar una escuela, un lugar para la sanación… Ofrecí mi cuerpo, mi enseñanza, mi experiencia y un compromiso en la vida para seguir creciendo y aprendiendo. De esta forma nació mi hijo. Edén.
Quiero crear un lugar abierto para cuando alguien se sienta perdido pueda pedir auxilio, como lo he pedido yo y no me avergüenza decirlo. Un lugar abierto para que la gente pueda aprender, ofrecer o simplemente estar.   Mi objetivo es cuidar,  enseñar y amar a mi hijo todos los días, con el deseo de que cada vez sea más fuerte, sabio y vaya formando  su propia personalidad. Y cuando llegue el día que yo me tenga que ir, mi propio hijo pueda seguir con el  objetivo de ser “un punto de encuentro.”
Sería estúpido por mi parte decir que todo es merito mío. No es verdad, no lo es, nada de esto habría sido posible si el cielo no me fuera poniendo la gente idónea en el camino en el momento preciso. En la próxima entrada os contaré como se fue formando la escuela.  Hoy sólo me limitaré a compartir mi experiencia como madre. Si en ese momento yo fuera un elemento yo sería la tierra (la madre tierra) el elemento más yin de todos. La energía yin es la que parece que no está, porque es muy sutil, en cambio lo envuelve todo. Ni siquiera  yo puse el nombre a mi hijo. Fue en un sueño, un pensamiento claro y rotundo invadió mi mente y su nombre me despertó: “Edén, el jardín del alma”.
Eso era, un jardín. Mi hijo habita en un jardín. Un jardín esta lleno de diferentes y variadas flores. Las personas somos variadas y diferentes entre si y en cambio todos tenemos la misma esencia: El alma. ¿Quién puede destruir una flor? Podemos arrasar todo un terreno de flores y en cambio vuelven a resurgir.
El jueves (día de Júpiter)  19 de septiembre de 2013 con el poder de la luna llena nace mi hijo Edén. Lo recibimos en una meditación. Alumnos, amigos y algunos profesores estaban en el acontecimiento. Echamos de una forma simbólica dinero al centro de energía que habíamos creado, no había permitido hasta entonces que hubiera entrado dinero pues la entrada del primer día de dinero marcaría la inauguración. Yo como madre he escogido el día de nacimiento de mi hijo y le cielo me lo respetó
Cuando ya nos despedimos y nos fuimos cada uno a sus sitios respectivos, yo volví sólo a la escuela. Aún estaban las velas encendidas en cada uno de  los puntos cardinales, el olor del incienso y la fragancia de las flores permanecían en el ambiente. Me dirigí al centro del círculo de energía. Un escalofrió recorrió mi cuerpo. La emoción me embargó, me desplomé y lloré de una felicidad tan grande y pura que agradecí todo lo vivido hasta entonces. Todo valió la pena por sentir ese tierno y dulce abrazo de mi hijo.

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                                                     Siso Santos.

El alumno

          Un maestro mío me dijo una vez: “Nunca sabrás lo que sabes hasta que lo enseñes, en ese momento tu alumno se convertirá en tu maestro.”
Nunca me imaginaría yo dando clases o dedicándome a la sanación y sin embargo, sin yo saberlo, la vida me llevaba directo en ese camino. Todo lo vivido hasta ese momento  era la vivencia y aprendizaje para lo que vendría después. No quiero decir que ahora no tenga nada más que aprender, espero que siempre que queden cosas, pero si antes el miedo me paralizaba y me autodestruía, ahora el miedo es una herramienta de aprendizaje que a veces hasta me divierte y siempre me permite andar.
Yo sobre todo quería trabajar en el mundo del espectáculo. Hacía trabajos esporádicos, animaciones por la noche y los alternaba con otros trabajos como de teleoperador para ir viviendo. De repente me ofrecen unas clases de expresión corporal en un centro cultural. Estaba feliz, me imaginaba gente joven y yo dando clases en cosas relacionadas con teatro, movimiento expresivo… ¡Qué más se puede pedir a la vida Señor!
De repente entro en la clase (lo voy a decir con todos mis respetos como lo sentí en ese momento) me encuentro un carro de viejas mirándome de arriba abajo. La más directa  dijo amenazándome: “No se lo que es expresión corporal pero nosotras venimos a hacer gimnasia o nos vamos” Un jarro de agua fría cayo por encima de mí porque no podía entender lo que estaba pasando. Después me explicaron que expresión corporal es como llamaban antes los centros culturales a las clases de mantenimiento para no tener problemas con los gimnasios “Cosas de ayuntamiento.”
Me sentí timado, engañado. ¿Qué podía hacer en ese momento? Prótesis, artrosis, mujeres sin pecho, problemas de memoria… Nunca pensé que una hora pudiera durar tanto en mi vida.
Cuando acabé la clase como pude, entre rabia, impotencia y terror de no hacer daño a nadie, me tiré sobre mi teléfono móvil para llamar a la agencia que me había contratado: “¡Sacadme de aquí ahora mismo!” Estaba tan furioso que parecía estar poseído por un demonio. “Quiero que se me de otra cosa. He dejado trabajos para estar aquí y me habéis mentido. ¡Sacadme de aquí ya!” Me pidieron que me quedara una semana mientras buscaban a alguien y verían donde me podrían ubicar. Acepte el trato. ¿Qué otra cosa podía hacer?
Invocaba a mis guías, me hacía reiki, manejaba todos los instrumentos de movimiento expresivo y tao yin que practicaba como alumno, pedía ayuda a amigos que eran entrenadores y preparaba clases sobre la marcha dejándome guiar por la energía y las necesidades del grupo.  Dejé de mirarme yo y observaba a los alumnos. Era fascinante ver los cuerpos y entender que hablan solos. La intuición me decía este ejercicio para esta persona si, esta que haga este otro, esta tiene mal el hombro por ejemplo y sin habérmelo dicho era verdad. Era como entrar tímidamente en un mundo que me daba respeto  pero a la vez me estaba produciendo cierto encanto. Así transcurrieron los dos primeros días.
El tercer y último día de la semana era la despedida. Hicimos una clase especial  con mucha música, y terminamos en una relajación. En realidad era reiki pero no dije nada. Puse a unas alumnas  tumbadas y otras poniendo sus manos sobre sus compañeras. Les dije: “Dejaos llevar”  Inconscientemente fueron posando sus manos con mucha suavidad en puntos muy concretos para el reiki. Algunas durmieron, otras se emocionaron y entre todas se creaba un vinculo que sólo el brillo de nuestro ojos delataba. Una alumna asturiana con problemas de memoria dijo en voz alta: “Esta gimnasia es muy rara pero tengo que reconocer que entro por esa puerta y se me olvida que tengo dolor” Algo se removía dentro de mí. Se me acercó  al oído y me dijo: “Tú no serás un curanderu desus” Me entró la risa y la pena por ser mi último día.
Cuando llamé a la empresa me dijeron que no habían encontrado a nadie. Me pidieron que me quedara una semana más. Le dije a mi jefe que no buscara más. Me quedaba con las clases. Al colgar el teléfono me entró una especie de vértigo “¡Dios mío que he hecho¡”  Y al mismo tiempo la extraña sensación de haber llegado a un lugar hermoso.
El primer año tuve dos grupos, el segundo cinco, el tercero nueve con listas de espera en todos los grupos. Aproveché para estudiar “técnicas corporales aplicadas a personas mayores y/o con déficits sensoriales,  mentales o físicos”  y la formación de “biodanza”. Trabajaba de voluntario en la cárcel y en la asociación de Horizontes Abiertos. Dando clases también a extoxicómanos la mayoría de ellos con problemas de salud en estado muy avanzado.
He sido una persona muy privilegiada en poder prepararme  y tener a vosotros mis alumnos “mis maestros” todos los días dándome vuestras enseñanzas. Gracias a todos mis alumnos porque yo nunca sería maestro si vosotros no estuvierais enseñándome a mí a vivir.
Gracias desde el jardín del alma.
                                                                    Siso Santos.

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