El ángel de la brisa


El ángel de la brisa

El viento corría por la calle vacía, las hojas de los árboles se esparcían por el suelo húmedo que había dejado la lluvia incesante del mediodía.

Amalia miraba  a través de la ventana, sus pensamientos volaban al igual que las hojas que arrastraba el viento. “¿Dónde estaba él?” Ella le había dicho que no. Que ya era tarde. Ahora ya no estaba. “¿Podría volver a verlo?” Mientras se atormentaba pensando en los recuerdos. Intentaba ver a través de su mirada perdida la silueta de Emilio bajando la calle. Pero Emilio no venía.

Se había marchado. Se fue después de la última discusión estúpida  de celos que mantuvieron la última cena.  No tenía nada con su ex. ¿Por qué entonces tuvo que recriminarle que le hubiera dado su ayuda? Había sido su pareja durante   muchos años. Era normal que le hubiera consolado después de saber que ella tenía un cáncer. Tenía ganas de llorar y gritar. Echar su culpa a gritos de dentro de su cuerpo para…:  “Dios mío!! Déjale venir una vez más… Pedirle perdón… He sido una estúpida pero no volverá a pasar. Le amo… Le amo…” Pero nadie bajaba ni subía por  la calle. Solo el viento y las hojas que arrastraba.

 Quería beber una copa, solo una  copa ayudaría a soportar esta angustia que apretaba su garganta. Pero no fue una copa. Casi había vaciado la botella de whisky barato que había comprado por castigo para ser todo lo dura consigo misma que su inconsciente le hubiera permitido soportar.
Apoyó su cabeza sobre el cristal de la ventana aún húmeda por la lluvia. Sus lágrimas corrieron por su mejilla y el cristal. Perdida en su propio dolor, no se fijó en Emilio al otro lado de la calle mirando hacia su ventana con la intención de ver a Amalia. Está tenía la luz apagada y no la vio.  Se dio la vuelta y se marchó.

Sólo un ángel travieso se divertía a través de las hojas que esparcía el viento calle abajo.

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Cuando el dolor es el protagonista de nuestra vida. Tiene tanto ego el dolor, que no permite convivir con ningún otro sentimiento.

                                                  
En el jardín del alma.

                                          Siso Santos

Otoño “El principio de un ciclo”.

         Los colores ocres de los campos, la caída de las hojas, el viento más frío, la lluvia y los días cada vez más cortos anuncian la llegada del otoño.

Para el I ching (El libro de las transmutaciones y el libro más antiguo del mundo) es el periodo de recogimiento. Un momento ideal para el hogar, estar con nosotros mismos, aprender, transmutar desde nuestro interior para después florecer en primavera. Abandonamos la energía yang del verano para introducirnos en la energía yin de la naturaleza. El yin es la energía sutil femenina que parece que no está, apenas se nota, pero en cambio lo ha acaparado todo.

El guerrero abandona los días del sol para transmutar desde su interior, reencontrarnos con nuestra esencia (por eso en otoño estamos más tristes y apagados) y volvemos a la carga en los días largos. Pero no hay que verlo como algo negativo, todo lo contrario es la oportunidad de crecer desde nuestro interior para ofrecer más a nuestro mundo en los días de luz. Es la época ideal para estudiar, meditar, formarse, crear y empezar proyectos para como una flor abrirse en plena primavera.

Es curioso que en culturas tan diferentes, lejanas y dispares apuntan al otoño como lo mismo. Para los celtas es el principio de año. Abandonamos los días de luz para encontrarnos en la época de la oscuridad, en el hogar, en el descanso del cuerpo para estar fuertes en los días de luz.

De ahí celebramos ahora halloween, siempre llamado fiesta de difuntos. Yo recuerdo de pequeño en Galicia siempre celebramos esa fiesta con «magostos» (fiesta tradicional donde el pueblo se reúne alrededor de hogueras para comer castañas asadas y beber vino) Estas fiestas vienen de la antigüedad. Antes se hacían en el monte como ofrenda a los muertos pues los celtas no tenían templos. El templo era la naturaleza. En las casas también encendíamos velas dentro de calabazas que se ponían en las ventanas para marcar el camino a los muertos y mi abuela nos hacia collares de castañas a todos los nietos.

Halloween por supuesto no existía, era y es la fiesta de los difuntos. La noche más larga del año. La noche en la que estamos más unidos los vivos y los muertos. El fin y el principio del año nuevo Celta.

                          Siso Santos.