Pensar con el corazón

 

Pensar con el corazón

(Historia con dos finales)

Esta mañana cuando me levanté me quería morir. Preparé una taza de café con leche y me comí un par de cruasanes que tenía pensado en preparar a la plancha con mermelada y mantequilla; y los terminé comiendo a palo seco pensando en la idea de cómo me iba a morir.   El suicidio era sin duda la mejor opción en mi miserable vida; evidentemente lo era. La pregunta sería ahora: “¿Cómo?”. Por supuesto no puede ser de cualquier forma. No puede ser lenta. Ha de ser instantánea. Dolorosa tampoco. Pero lo más importante que no me dé mucho trabajo prepararlo, que sea sencillo y no me dé tiempo a pensar. Lo mejor una bala por supuesto pero como no tengo pistola, tenía que pensar otras opciones más fáciles y accesibles para conseguir mi objetivo. No podía pasar de hoy.  Así que me metí en google y puse: “…maneras sencillas de como poder suicidarme”. Aparecieron todas las típicas: Ahorcarme, pero lo veo muy desagradable; es como que da mal aspecto. Pastillas, muy limpio sí, pero empiezo a leer y algunas provocan dolores, otras duran mucho sus efectos, otras más desagradables con convulsiones y cosas extrañas. Que para colmo si tomas de más igual vomitas y después nada. O sea sufrir para no morir. No era el caso. Después tirarte de algún lado. Que cuidado, que si no es muy alto igual te quedas jodido para toda la vida y es peor. Por ultimo encontré una que me gustaba, que era tirarme a un sitio de agua atado con piedras. El problema que vivo en Madrid, y además leo que tenga cuidado con los nudos, que si no aprieto fuerte en el último momento con el agua  entra pánico, quiero aflojar los nudos de las piernas me libero y adiós.

Yo me ví por un momento sumergido en el agua intentando desatar el nudo que me entró una angustia que en verdad me moría. Terminé llamando al teléfono de la esperanza. Que por cierto llamé varias veces y nadie me contestó.  Una ansiedad terrible no me dejaba respirar. Me ahogo. Me muero.  Me duché, me vestí y me fui a andar…

1º Final.

Moraleja:

“Si te encuentras mal vete a dar un paseo”

2.- Final.

Me fui a andar al retiro. Ay! Cuanto tiempo que no me permitía dar un paseo. El aire, los árboles. Tocarlos, abrazarlos… Sentir la energía corriendo por su tronco y sentirla a través de mis manos. Ver los patos y los cisnes que hay en el jardín japonés del retiro. Siempre me fascinaron los patos, verlos nadar, los ligeros que son… es increíble que puedan ser tan torpes después andando… “No todo el mundo tiene la facilidad de andar seguro en todos los campos, pero si andamos todos.”

Me observé caminar, sentí mis pies. ¡Sentí mis pies! Noté como empezaban a flexionarse el tobillo y la puntera. Disfruté del aire y mis pasos. Disfruté de mí mismo dando un paseo. ¡Cuanto me olvidé de mí! Esa misma noche mi madre me llamó por teléfono. Me preguntó que había hecho hoy. “Caminar”. -Respondí yo. “¿Sólo?” Se extrañó mi madre como si hubiera hecho algo malo. “Si sólo y no sabes que a gusto estaba”. Se me escapó una carcajada y me sorprendió el grito de mi madre diciéndome: “Qué alegría más grande, cuanto tiempo hacía que no te oía reír.”

Entonces comprendí: Tuve el poder de haber creado un centro de sanación antes de enfermar. He puesto mi cuerpo en una situación digna de una guerra. He pasado pruebas físicas que pocos hombres hubieran podido soportar. Nadie contaba con mi vida. Una enfermedad que nadie conoce en una situación tan grave que estaba predestinado a morir.

Pero no morí. Si no quería estar enfermo lo primero que tenía que hacer es vivir como una persona sana. La escuela de sanación fue mi propia medicina y conseguí lo que nadie esperaba: Tener un cuerpo nuevo

No sólo fueron físicas las pruebas.  He vivido la ruina en todas las facetas que las pueda vivir un ser humano. Pobreza, soledad, injusticas, enfermedad… Pero no perdí. Cada obstáculo en el camino era un mordisco de bocanada de sangre en mi cuerpo que me hacía andar.

Caminé. A veces arrastrándome por el suelo, otras a gatas, apoyándome en las paredes, ayudándome con un bastón. Para terminar andando por mí mismo y con el poder de volar mientras bailo. Mi cuerpo fluye con el movimiento, sintiendo la energía como traspasa y recorre mi cuerpo teniendo el privilegio de sentir la libertad total de mi propio Ser.

Pero después de la guerra empieza esa parte gris de la postguerra que te sitúa en una especie de limbo. Más allá del desastre o la lucha, de la calma o la desolación. En medio de un mundo de nadie. Miras a los lados pero el mundo siguió su propio curso y te dejó atrapado en una batalla que ya terminó y no sabes que rumbo coger.  Los caminos y los campos están destrozados.

Es en ese momento oscuro y sobrio descubro gracias a la llamada de mi madre que no hay caminos, ni campos, ni lugares donde tenga que continuar la lucha. Sólo en mí mismo, en la risa, en la paz conmigo mismo se desatan todas las cadenas. La armadura que un día me defendió se convierte en un peso que ahora me aplasta. El guerrero en que me convertí ahora puede destruirme. El sabio reconoce cuándo hay que abandonar las armas y liberarse de su armadura. Me libero de cargas y me convierto en el soberano de mi propio ser. Sin futuro ni estrategias, simplemente para ser…

   …el héroe de mi propia vida

Dedicado a mi madre

En el jardín del alma.

 

Siso Santos.

 

 

6 respuesta a “Pensar con el corazón”

  1. Te comprendo en ese sentir que tienes que después d tanta superación como vivimos la calma la cotidianeidad, como bien dices es como el soldado que su vida no tiene sentido sin la lucha, pero ahí radica nuestra verdadera fuerza de ahí surge la luz de la calma después de la batalla. Ya no necesitamos nada para ser tan solo estar,
    Estar conectados al fluir de la vida desde la calma de donde nace el verdadero goce de existir.

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